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24 de octubre de 2022

El pueblo bonaerense donde no cobran impuestos, tiene 18 habitantes, una escuela a punto de cerrar y se extingue

Informe del portal Infobae

Ubicado en el distrito de Coronel Dorrego y a 60 kilómetros de Monte Hermoso, Faro lucha contra el olvido. La Escuela N°13 Mariano Moreno, que en sus mejores épocas supo tener aulas repletas, hoy se encuentra casi desierta. Dos alumnos finalizan la primaria y no hay nuevos inscriptos. Hablan los habitantes que se aferran al terruño.

En un último intento por evitar el cierre de la única escuela primaria, que significaría otro paso rumbo a la desaparición de Faro, población de 18 habitantes en el distrito de Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires, la maestra suplente, Magalí Irrazábal, iniciará, en pocos días, una recorrida por los campos vecinos a fin de “captar” alumnos.

Será una suerte de “manotazo de ahogado” para que la Escuela N° 13 Mariano Moreno continúe sobreviviendo. Hoy lo hace, pero a riesgo de cerrar definitivamente sus puertas: solo concurren dos alumnos, Facundo y Geraldine. Ella finaliza la primaria en diciembre y Facundo el año próximo, pero no hay, hasta el momento, nuevos inscriptos para el ciclo lectivo 2023.

 

Magalí, suplente de la docente titular, Karen Marchane, se encontrará con la realidad que todos ya conocen: los campos están arrendados y ya no hay chicos en edad escolar.

Debido a que el jardín de infantes es un anexo y funcionan en el mismo edificio, su continuidad dependerá del listado de inscriptos en la escuela.

La situación de Faro no es muy distinta a la de muchos pueblos bonaerenses que forjaron su futuro a partir del ferrocarril, que supo darle a la localidad una estación de tren con mucho movimiento: escuela, restaurante, cooperativa agraria, taller mecánico y de calzado, comisaría y hasta una telefónica. Llegó a tener 600 pobladores.

 

A diferencia de otros tiempos, Faro carece de niños y de jóvenes porque no existen horizontes de progreso. Si bien hay actividad en los campos, ya no ocupan mano de obra y por eso la población es mayormente adulta.

Las magras cosechas y la baja rentabilidad de la agricultura y la ganadería favorecieron el alejamiento de muchos encargados y peones rurales, que ya no encuentran expectativas de progreso.

Pero el éxodo se precipitó mucho más desde el 2000 a esta parte. Por citar un ejemplo, la escuela, en 2004, tenía 17 alumnos de distintos niveles y la docente de entonces, Viviana Re, se turnaba con su par del Nivel Inicial para viajar en vehículo diariamente. El estado de los caminos es otra dificultad.

 

Carolina Acosta es cocinera en una estancia cercana y tiene tres hijos, uno de ellos ya en el nivel secundario, por eso debe ir y venir hasta Coronel Dorrego. La misma suerte correrá pronto Facundo, que jamás reniega de sus particulares recreos de a dos.

 

Al contrario, se muestra contento: es que, hace apenas un par de meses era el único en la primaria, porque Geraldine, hija de un peón, llegó recién a mitad de año.

“Jugamos a la mancha, a la pelota… También hay hamacas ¿Si nos aburrimos? No, para nada”, advierte, mientras su mamá fundamenta: “Nada mejor que la vida libre del campo para una infancia feliz”.

Juan Carlos Peciña (42), bisnieto de los fundadores de la escuelita, un matrimonio vasco que se afincó en Faro en 1915, repasa la historia y cuenta que empezó a funcionar en una vieja fonda de chapa y madera llamada La Eskalduna, que significa Vasco Hablante.

Fue a instancias de sus antepasados, María Francisca Echeondo Ayerbe, nacida en Andoain, y de su esposo, Segundo Muguerza Otaño, oriundo de Irura, provincia de Guipuzcoa. Ambos vascos de pura cepa. Como todos los inmigrantes europeos que escapaban de la guerra, hallaron en Faro todo lo que necesitaban, en especial trabajo.

Cosas del destino, la primera directora se llamaba Nicolaza Pompeselli de Faro y si bien muchos creen que la localidad le debe el nombre a su esposo, es un mito. Según aseguran, es porque recibe la luz del Faro Recalada de la localidad balnearia de Monte Hermoso, el más alto de la Argentina, que está a unos 60 kilómetros del lugar.

 

“Como descendiente de los fundadores del colegio me apena que la institución, que es el motor del pueblo, esté en vías de desaparecer. Primero, porque es un edificio hermoso y muy bien conservado por los vecinos, pero no es razonable que funcione con una matrícula casi nula, algo que, además, afecta la sociabilización de los alumnos”, reflexiona.

Y añade: “Tengo sentimientos encontrados, no me gustaría que la escuela cierre y, a la vez, un aula con un solo chico no funciona. Ser bueno es fácil, pero ser justo es lo difícil, por eso a la hora de ser realista confieso que no veo mucho futuro”.

Peciña aclara que las escuelas rurales marcaron una época y tejían, en su momento, una “maraña social” entre padres, estudiantes, vecinos y asociaciones cooperadoras.

“Se reunía dinero, se trabajaba codo a codo; hoy todo eso ya no existe”, dice, para deducir que la escuela vive la crónica de un final anunciado, como lo señala el propio poeta Luis Domingo Berho en su “Estación de vía muerta” inspirado en Faro.

 

“Estación vieja y deshecha que fuiste todo alegría / cuando era una romería en los tiempos de cosecha / Hoy parece que te pecha el mancarrón del olvido / Quién sabe dónde se han ido bolseros y capataces, hombres fuertes y capaces que p’a siempre se han perdido...”

La inhabilitación del ferrocarril fue, sin dudas, el punto de partida del éxodo, puesto que buena parte de sus empleados dependía del paso del tren, en la línea que unía Coronel Dorrego con Necochea. De allí en más, sin prisa ni pausa, la soledad se fue apoderando del paisaje hasta llegar a este presente que bien sabe describir Cristina Balladares, una de las vecinas que se resiste a que Faro desaparezca.

Llegó en 2010 junto a su esposo, Marcelo Cayssials, por entonces apicultor, y encontraron aquí el mejor lugar para vivir. Tanto, que con el tiempo adquirieron el viejo predio de la cooperativa agraria y le pusieron, en la fachada, tallado en madera: “Mi lugar en el mundo”.

 

El paisaje de Faro lo completa el Club Atlético Faro, una de las instituciones más emblemáticas, con un salón capaz de albergar a 400 personas. Hoy luce limpio y bien cuidado pero ya no tiene ni comisión directiva. Son los vecinos quienes, voluntariamente, se ofrecen a mantenerlo en condiciones.

Las ordenanzas municipales prohíben la demolición de construcciones y eso en gran parte jugó en contra, ya que progresivamente se sustrajo la campana de la estación, el telégrafo y hasta pisos y aberturas.

 

Hoy Faro es un campo abierto y muchos siguen añorando aquellos tiempos de cosecha; de encuentros en sus calles pobladas, del hotel y sus pasajeros. Solo se amontonan los recuerdos de unos pocos; de quienes aún eligen esta tierra y la seguirán cuidando hasta la partida del último habitante. Hasta que la luz del Faro siga encendida. ( Infobae)

 

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